28.3.12

Aquellos que ahora tienen una posición dominante, viejos monopolistas de la información y miembros del poder económico, intentan por todos los medios apuntalar su influencia en este nuevo entorno y ya han comenzado a presionar a los gobiernos para que legislen a su favor, de modo que nos llevan cierta ventaja.
Pero el que exista un grupo que pretende obtener una posición dominante favorece la organización de un segundo grupo que actuará en oposición al primero: la reacción social, que pretenderá defender sus propios intereses. Estas dos posturas son antagónicas. Y esto define la situación en la que nos encontramos actualmente.
Los que quieren que la libertad recaiga por igual sobre todos y los que quieren que un grupo, más o menos numeroso, ostente el poder e imponga sus criterios al resto. Los anarquistas y los oligarcas, como los define el profesor Vaidhyanathan.
Por todo esto creo que la privacidad necesitaba una monografía; bueno, por todo esto y porque dedicarle un poco de tiempo a la cara menos amable de la tecnología nos ayudará a desdibujar toda esa aureola de bondad mística que los medios le han atribuido. Porque la tecnología no es buena ni mala, es una herramienta y será lo que nosotros hagamos de ella. Escribo esta monografía porque de otros usos de la tecnología ya se habla bastante en casi todas partes.
A menudo el debate público sobre nuestra privacidad parte de una premisa completamente falsa, que
evidentemente guía el debate por un camino inadecuado e inútil, pues nadie está preguntando por el asunto sobre el que se está respondiendo. La premisa falsa es que el deseo de privacidad nace del deseo de esconder trapos sucios. Esos trapos sucios pueden ser de cualquier índole, porque un trapo sucio es cualquier cosa que esté mal vista por una parte de la sociedad: homosexualidad, corrupción, filiación política o tendencias religiosas.
Esta semántica de combate no es para nada casual, ya que está diseñada para que aquellos que decidimos alzar nuestra voz y exigir un derecho tan básico como es la privacidad más elemental seamos contemplados indistintamente y de forma súbita como terroristas, pederastas, traficantes, hackers o delincuentes habituales. Nadie debería extrañarse de que los medios traten de pintarnos a todos de negro; al fin y al cabo, ellos tienen sus televisiones y en ellas los debates se hacen en los términos que ellos convienen y con las voces que ellos eligen. Lo que sucede es que, ante una situación en la cual una persona o un grupo de personas desea mantener un control sobre los aspectos de su vida que son mantenidos en privado, la única solución que se propone consiste en tratar de equiparar a ese grupo de personas con delincuentes; qué tipo de delincuentes es algo que averiguaremos más adelante, pero lo que es seguro es que se les tildará de delincuentes.

Defender la propia privacidad no es cosa de terroristas y pederastas, sino más bien de ciudadanos preocupados por los derechos civiles. Podría considerarse entonces que, pese a la relevancia que los cambios sociales que hemos vivido han tenido y tendrán en el modo en que se organiza nuestra
sociedad, las reclamaciones de privacidad no han sido multitudinarias, y las que han tenido lugar han sido a menudo fraccionadas. Esto se debe a que las nuevas formas de vigilancia y control son juzgadas a menudo desde las supuestas ventajas que ofrecen y no como agentes de penalización. Podemos juzgar que usar un correo webmail como el de Google (que en los términos del servicio exige permiso para leer el contenido de los mismos) supone entregar a una compañía privada la llave que abre toda tu vida, pero muchos dirán que Gmail es un servicio web magnífico, cómodo y fiable. Esto divide a la población en una infinidad de subgrupos de consumo a la vez que impide su respuesta única y contundente como grupo social. Esta misma situación se dará en torno a otros sistemas como la videovigilancia ciudadana o la constante identificación personal a la que nos vemos sometidos. En todos los casos la respuesta social contundente es minada desde un principio gracias a un habilidoso diseño de la vigilancia, que incita a juzgar estos sistemas en función de sus supuestas bondades y no en función de sus sobradamente probadas capacidades punitivas.
Sé que supone un problema hablar de privacidad. Es cierto: hablar sobre libertad, sobre asuntos éticos, sobre responsabilidades y sobre conveniencia es pedirle a la sociedad que piense en cosas y problemas que preferiría ignorar. Esto puede causar malestar y algunas personas pueden rechazar la idea ya de partida tan sólo por eso.
Deducir de lo anterior que la sociedad estaría mejor si dejáramos de hablar de este tipo de cosas es un error que no debemos cometer. Cualquiera de nosotros podría ser el próximo excluido en aras de la eficiencia social.
La tecnología nunca es neutral y la llegada de la tecnología en sí misma no es un catalizador de mejoras. Si queremos mejoras, debemos luchar porque la tecnología se use y se aplique de forma adecuada.
Tendemos a pensar que nos están robando la privacidad. Puede que en la práctica sea así, pero en la
teoría es un enfoque equivocado y la realidad es justamente la contraria: la realidad es que la privacidad, tal y como la defendemos ahora, no ha existido jamás porque jamás hizo falta. Y no hizo falta porque nunca un Estado, un tirano o una corporación tuvo las herramientas necesarias para mantener bajo control y bajo vigilancia a toda la población en todo momento, incluso en los momentos en que las personas permanecían solas y aisladas del resto de la población. Esto ni siquiera era posible conseguirlo con un grupo importante de la población.
La vigilancia a gran escala no ha sido viable hasta la revolución tecnológica digital.

Más allá de que nuestra Constitución reconozca ciertos derechos, es necesario que las leyes que se formulan tomen estos derechos como algo serio que no debe ser pisoteado. La privacidad es un derecho que hay que conquistar. La ley orgánica de protección de datos es un pequeño paso en la dirección adecuada, pero tiene tantas excepciones para invalidarla y tantos aspectos mejorables, que no es en absoluto suficiente. Sin embargo, con las tecnologías actuales, que cada vez son más baratas, mantener a la población bajo vigilancia es posible y costeable (y será cada vez más barato).
Acumular masivamente datos sobre las personas es algo que se puede hacer y que no se puede limitar con tecnología, sino con leyes. La privacidad es un derecho, y utilizar sistemas de cifrado de correo, como el cifrado de clave pública, o de navegación anónima, como Tor, es una buena solución a corto plazo. Son buenas herramientas temporales, necesarias y válidas hasta que consigamos lo que realmente necesitamos: medidas legales que regulen el uso de la tecnología y su influencia en nuestras vidas.
La Real Academia Española de la Lengua define privacidad como el «ámbito de la vida privada que se tiene derecho a proteger de cualquier intromisión».

La privacidad es todo lo que tenemos derecho a que los demás no sepan de nosotros. Allí donde hay actividad humana existe el derecho a controlar la forma en que esa actividad será transmitida y dada a conocer al resto del mundo, en caso de que queramos que ésta sea transmitida y comunicada.
José Alcántara.

P.D: A abrir bien grandes los ojos, mis queridos chichipíos.

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